"La comparación intentará engañarte a través del orgullo o te derribará a través de la de la inseguridad".
A partir del momento en que decidí escribir sobre este tema se han presentado una serie de oportunidades para compararme con otras personas, en su mayoría resultado de mi actividad en redes sociales. La foto de una chava muy bonita, las stories de amigas en las que se hace evidente lo queridas que son, la cantidad de likes que recibe la publicación de alguien más, la calidad del trabajo de un colega, etc. y aunque estos son solo algunos ejemplos, diariamente nos encontramos ante situaciones que si lo permitimos se pueden convertir en desencadenantes de la comparación.
La comparación empieza en forma de un pensamiento que si no lo atrapamos a tiempo nos puede llevar a lugares peligrosos, haciéndonos sentir superiores o inferiores a los demás –y ninguna de las dos cosas honran a Dios–. Y honestamente creo que muchas veces, nuestros momentos de mayor vulnerabilidad en este tema son resultado de no darle prioridad al que lo amerita: Dios (y lo que eso implica); y el resultado es que andamos por la vida hambrientos por el afecto y aceptación de las personas o desvariando en la forma en que pensamos acerca de nosotros.
En el lugar donde trabajaba antes tenía el privilegio de conocer a personas importantes, de las cuales podía aprender muchísimo, pero muy a menudo me ponía tan nerviosa porque quería ser aceptada y dejar una buena impresión (síndrome del impostor)*, que, en lugar de aprovechar la oportunidad, me pasaba el momento enfocada en mí misma, demasiado consciente de mi comportamiento y como resultado lo pasaba realmente incómoda, además de proyectarme como una persona tímida y callada. Eso era algo habitual para mí, y diría que no solo en el trabajo sino también en otros círculos sociales.
Pero un día Dios me confrontó a través de Proverbios 29:25 (MSG) que dice: "el temor a la opinión humana inhabilita; confiar en Dios te protege de eso". El versículo me hizo cuestionar a qué le estaba dando más prioridad en mi vida, a lo que Dios decía de mí o a lo que otros decían de mí. Mi comportamiento evidenciaba que le estaba dando más importancia a la opinión de otros, y la forma que esto se veía en mi vida, no era necesariamente cediendo ante la presión para hacer cosas malas, sino en absteniéndome de hacer el bien. WOW. Tuve que arrepentirme y pedirle ayuda al Espíritu Santo, porque de verdad era una lucha para mí.
"Está bien que te importe lo que la gente piense de ti, pero no está bien que te controle”.*
No es que a partir de ese momento dejara de enfrentarme a la tentación de compararme, pero si cambió la forma en que respondía a ella y la manera en que me relacionaba con las personas. Hasta hoy ese versículo es un recordatorio de lo que debe prevalecer en mi mente y corazón, y las veces que fallo –porque sigo en el proceso–, pido perdón, reconozco que necesito ayuda, reajusto mis prioridades y sigo adelante.
Puede que para ti la comparación –y la inseguridad– se vea de otra forma, pero el principio para enfrentarla es el mismo: darle superioridad a lo que Dios hizo por ti y a sus pensamientos acerca ti sobre cualquier otra opinión –temerle más a Dios que al hombre–.
* Síndrome del impostor: ¿Soy lo suficientemente bueno? ¿Tengo lo que se necesita? ¿Me descubrirán? ¿Qué pasa si fallo? ¿Qué pensarán los demás de mí?
*Steven Furtick
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