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  • Foto del escritorMishi

En la tierra como en el cielo.

"Un movimiento de Dios comienza contigo y en ti"*
 

Siempre he admirado a mi mamá, recuerdo que desde que yo era muy pequeña ella tenía sus tiempos a solas con Dios en la madrugada, y que en varias oportunidades yo me despertaba, la iba a buscar a la sala y me quedaba dormida en su regazo mientras ella adoraba y platicaba con Dios. Para mí, mi mamá ha sido una mujer amorosa, llena de fe y una intercesora que siempre acude a Dios a través de la oración para verlo intervenir en su vida, en la de su familia y en la de las personas que están a su alrededor.


Así que, crecí en una familia que cultivó una cultura de fe, si alguno se enfermaba, si teníamos alguna carga, si experimentábamos algún desafío o si necesitábamos un milagro de provisión, creíamos y orábamos juntos. Cuando me casé me percaté que ahora era mi privilegio y responsabilidad hacer por mi nueva y amada familia lo mismo que mi mamá con su ejemplo me enseñó, construir una cultura de fe en mi propio hogar. Esa "cultura de fe" es la forma de vivir lo que dice Mateo 6:10: "Venga tu reino. Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo".


Dios quiere que la realidad en el cielo influencie y transforme nuestra realidad aquí en la tierra. No hay que estar casado para vivirlo -pero para mí fue como un nuevo nivel de responsabilidad-. Cuando Jesús vino al mundo eso fue lo que enseñó y encomendó a sus discípulos, la transformación de su entorno inmediato a través del poder del Espíritu Santo con una realidad superior por amor; y evidenció que para que la voluntad de Dios se haga en la tierra es necesaria una asociación, un trabajo conjunto y colaborativo entre el Espíritu Santo y los hijos de Dios.


Sin embargo, puede haber creencias en nuestro corazón que obstaculicen esa colaboración. Hace algún tiempo atrás, el Espíritu Santo me mostró que yo había adoptado una cultura religiosa, pasiva y reactiva. Me explicó que oraba pero que muchas veces no creía que mis oraciones serían respondidas o que tendrían un impacto en mi realidad actual, que la forma en que estaba respondiendo ante algún problema, desafío o incluso una oportunidad era reactiva, impulsada por el miedo, y que estaba dejando que el temor me controlara, impidiéndome tomar los riesgos necesarios para mostrar Su voluntad en mi entorno inmediato.

Más adelante profundizaré sobre lo que he ido aprendiendo en el camino con respecto a todo esto. Pero en esta publicación me quiero enfocar en la siguiente pregunta: ¿cuál es tu primera respuesta cuando enfrentas un problema o incluso una oportunidad? La pregunta es relevante porque la primera reacción ante las circunstancias evidencia lo que realmente creemos.* ¿Cómo respondemos ante situaciones familiares complejas, enfermedad inesperada, desafíos económicos, una carga de trabajo muy fuerte, inquietudes sobre el futuro, el dolor de las personas que están a nuestro alrededor o cosas en nuestra vida que necesitan cambiar?


"El diablo utiliza mentiras para hacer que los problemas parezcan más grandes que las soluciones que llevamos"*.


Eso aplica para cosas sencillas, por ejemplo, la forma en que reaccionamos cuando alguien de confianza nos dice que le duele la cabeza o cuando tenemos un examen importante o una presentación en el trabajo; hasta circunstancias más serias como cuando vemos la situación social y política del país o cuando enfrentamos alguna condición que afecta nuestros planes de vida (maternidad, trabajo, relaciones, etc.) o atravesamos la cosa más dura que podríamos imaginar.


Muchas veces mi respuesta antes esas circunstancias ha consistido en una sonrisa condescendiente y palabras empáticas, algo así como: "¿Te traigo una pastilla?","¿Ya fuiste al doctor?", "¡Ay, lo siento mucho!", "Si hombre, que mal". Pero, al mismo tiempo he sentido al Espíritu Santo diciéndome que esa respuesta no es suficiente porque a través de lo que Jesús hizo en la cruz, y Su poder, Dios nos ha dado a sus hijos las soluciones que el mundo necesita para que sean una realidad aquí en la tierra.


El Reino de Dios es poder, es acción y realidad, no solo palabras (1 Corintios 4:20), nosotros somos sus representantes en la tierra (1 Pedro 2:9) y es el Espíritu Santo, que vive en nosotros, quien nos ha dado poder para ser testigos (Hechos 1:8, Marcos 16:17-18). Sé que hay mucho más que decir sobre este tema, sin embargo, la invitación es que con la ayuda del Espíritu Santo construyamos diariamente una cultura de fe en nuestros corazones que dé lugar a que Dios intervenga en nuestra vida, en la de nuestra familia y en la de las personas que están a nuestro alrededor para que Su voluntad se haga en la tierra como en el cielo.

 

*Brandon Lake


*Si nuestra primera reacción ante un problema es temor o ansiedad, no es momento para sentirnos culpables o condenados, sino una oportunidad para rendirnos ante Dios, pedirle que nos ayude y que transforme nuestro corazón.


*Bill Johnson

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